La identidad de una persona no se define únicamente por lo que ha vivido, sino por cómo aprendió a adaptarse a esas experiencias. Cuando alguien enfrenta situaciones difíciles desde temprana edad (como sentirse ignorado, rechazado o incomprendido), suele desarrollar formas particulares de relacionarse consigo mismo y con los demás. Estas adaptaciones no siempre son conscientes, pero influyen profundamente en la vida adulta.
Lo más importante no es clasificar a las personas según lo que les ocurrió o cómo reaccionaron, sino entender cómo dieron forma a su mundo interno en respuesta a situaciones que estaban fuera de su control. Estas estrategias incluyen pensamientos, emociones, conductas y patrones relacionales enraizados en experiencias tempranas. A menudo giran en torno a la necesidad de conexión, la búsqueda de confianza, el deseo de autonomía y la manera en que se vivió el afecto y el amor.
Esto no se trata de etiquetar a nadie. La mayoría de las personas puede identificarse con varios de estos temas en distintos momentos de su vida. Lo que importa es cómo se manifiestan estos patrones en la vida cotidiana, en las relaciones, en la percepción de uno mismo y en la forma de responder al malestar emocional. Comprender estas adaptaciones puede ayudar a dar sentido a muchas emociones y reacciones del presente.
Muchas personas cargan con patrones de crítica interna severa, rechazo de sus propias necesidades o incluso vergüenza y autodesprecio. Aunque parezcan destructivos, originalmente tuvieron una función protectora. En algún momento de la infancia, estas estrategias ayudaron a la persona a sobrellevar algo que era demasiado abrumador para enfrentar directamente.
Cuando un niño necesita afecto y no lo recibe, no suele pensar que su entorno está fallando. En cambio, empieza a creer que su necesidad es incorrecta o vergonzosa. Esto ocurre porque un niño no puede comprender la complejidad de las relaciones o circunstancias adultas. Para dar sentido al dolor, lo reduce a creencias como “todo es mi culpa” o “seguro merezco esto”.
En estas situaciones, el niño comienza a desconectarse de sus propias emociones y necesidades con tal de mantenerse cerca de quienes lo rodean. Lo hace porque su supervivencia depende por completo de esos vínculos. Con el tiempo, aprende a ignorar lo que siente, adaptarse a lo que otros esperan y proteger la relación, incluso a costa de sí mismo.
Esto se refleja en cómo un niño expresa su malestar. Cuando algo anda mal (hambre, frío, enfermedad o angustia emocional), lo comunica como puede: con llanto, movimiento o contacto visual. Si quienes lo rodean están atentos, responden con cuidado y el niño se calma. Pero si no hay respuesta, o si hay indiferencia, maltrato o desconexión emocional, el malestar se intensifica y se convierte en protesta (llanto más fuerte, gritos, berrinches o enojo).
Esa protesta es un grito desesperado de ayuda. Si aun así no obtiene lo que necesita, la desesperación puede convertirse en rabia. En ese punto, surge un conflicto interno profundo. Si el niño siente enojo hacia sus cuidadores, el vínculo del que depende podría romperse, y perder ese vínculo se siente como una amenaza a la vida. Entonces, para conservar la relación, el niño aprende a volcar esa rabia hacia sí mismo. Esta es una de las razones por las que algunos niños desarrollan dolores de estómago frecuentes, enfermedades o conductas autolesivas sin entender por qué.
Con el tiempo, estas formas de afrontar el dolor se vuelven parte de su identidad. Puede crecer creyendo que debe ocultar lo que siente, que no merece que sus necesidades sean atendidas o que hay algo malo en su interior. Pero en realidad, estos patrones fueron respuestas necesarias en un contexto en el que no había mejores opciones.
Reconocer que estas estrategias surgieron para protegernos (aunque hoy nos limiten) puede abrir la puerta a una mayor compasión hacia nosotros mismos y a la posibilidad de construir formas más sanas de relacionarnos con los demás y con nuestras propias emociones.
-
Adapted and inspired by concepts from The Practical Guide for Healing Developmental Trauma by Laurence Heller and Brad J. Kammer (North Atlantic Books, 2022).