La violencia en relaciones de pareja es un problema muy grave que afecta a millones de personas en todo el mundo. Puede incluir agresiones físicas, abuso sexual, daño emocional, amenazas o conductas de control hacia una pareja actual o pasada. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE. UU. (CDC), este tipo de violencia ocurre en todos los grupos sociales, sin importar el género, el nivel educativo o los ingresos. Se estima que alrededor del 30 % de las personas han sido víctimas de violencia en la pareja en algún momento de sus vidas, y casi un 19 % han cometido actos de este tipo.
Aunque tanto hombres como mujeres pueden sufrir violencia de pareja, las investigaciones muestran que las mujeres tienen mayor probabilidad de enfrentar las formas más graves. Estas incluyen agresiones físicas severas, violencia sexual, acoso persistente e incluso el riesgo de ser asesinadas por su pareja. Por eso, aunque las cifras puedan parecer equitativas, las consecuencias suelen ser mucho más graves para las mujeres.
También se ha demostrado que las personas que vivieron adversidad en la infancia tienen más probabilidades de repetir patrones de violencia en sus relaciones adultas. Por ejemplo, presenciar que uno de los padres golpea o maltrata al otro (especialmente a la madre) influye fuertemente en la probabilidad de ejercer violencia en relaciones futuras. Además, haber vivido abuso, negligencia o abandono durante la infancia puede dificultar el reconocimiento de relaciones sanas, lo que aumenta la posibilidad de permanecer en situaciones violentas o abusivas.
Los estudios muestran que este ciclo de violencia puede transmitirse de una generación a otra. A veces, el patrón se repite de forma directa, como cuando alguien que sufrió abuso físico en la infancia más tarde maltrata a sus propios hijos. Otras veces cambia de forma, como cuando una persona que vivió negligencia emocional en la infancia termina en una relación físicamente abusiva en la adultez. A esto se le llama continuidad intergeneracional de la violencia, y puede ser difícil de romper si no se reconocen las causas de fondo desde temprano.
La edad también parece influir. Las personas jóvenes están en mayor riesgo de involucrarse en relaciones violentas, posiblemente porque aún están aprendiendo a relacionarse o porque cuentan con menos recursos emocionales y sociales para salir de situaciones dañinas. En cambio, las personas mayores suelen enfrentar menos este tipo de violencia, quizás debido a una mayor estabilidad, experiencia de vida o redes de apoyo más fuertes.
Otro hallazgo importante es que los estudios más recientes muestran un vínculo más fuerte entre las experiencias adversas en la infancia y la violencia de pareja. Esto puede deberse a que hay menos estigmas alrededor del tema y mejores herramientas para identificarlo. Por ejemplo, en algunos entornos de salud ahora se pregunta directamente a los pacientes si vivieron situaciones difíciles durante la infancia, lo que permite ofrecer apoyos más adecuados.
Romper el ciclo de violencia requiere mirar no solo las historias personales, sino también las condiciones sociales más amplias que influyen en la vida de las personas. También implica promover la educación emocional desde una edad temprana, para que niños, niñas y jóvenes aprendan a construir relaciones sanas. Con este enfoque, es posible prevenir el daño y promover el bienestar de las generaciones futuras.
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Adapted and inspired by concepts from Zhu, J., Exner-Cortens, D., Dobson, K., Wells, L., Noel, M., & Madigan, S. (2024). Adverse childhood experiences and intimate partner violence: A meta-analysis. Development and psychopathology, 36(2), 929-943.